2 de abril de 2012

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22 de noviembre de 2011

Más sobre la cubanía de la rumba


De la cubanía de la rumba y de su incontestable popularidad en todas las capas sociales del pueblo cubano desde “la blusa obrera” hasta la “levita del burgués” y los “fracs”nos habla, cargado de disgusto, el poeta y dramaturgo cubano Gustavo Sánchez Galarraga, en una conferencia leída en el Ateneo de la Habana. Este es el fragmento más significativo:
Nuestras aficiones se concentran en la proyección cinematográfica y en la obra festiva, que, cuando es típica y tiene para remate danzón o ese baile antiestético y lascivo que llamamos rumba, colma nuestros gustos. Y esto lo mismo ha de entenderse con respecto al criollo que al "peninsular"; así por lo que toca al hijo del pueblo como al de la clase media o al aristócrata; que aquí, en materia de gustos culturales y artísticos, "todos somos unos" y una lastimosa igualdad nos nivela comúnmente, ¿Quién podrá negarme que a los sones de esa danza que antes cité con repulsión, se han congregado igualmente la blusa obrera y la levita del burgués con los fracs irreprochablemente negros y los escotes ebúrneamente blancos?
Cuba Contemporánea, Tomo X, Núm. 3, marzo de 1916.

17 de noviembre de 2011

Algo sobre las andanzas de Vicente Escudero

Traemos hoy un curioso suelto publicado en La Voz, el 21 de agosto de 1929, firmado por José Antonio G. Santelices, en el que hace un recorrido biográfico del maestro vallisoletano.
Crónicas vallisoletanas
DE APRENDIZ DE IMPRENTA A BAILARÍN FAMOSO
LA PINTORESCA HISTORIA DE VICENTE ESCUDERO, EL GRAN COREÓGRAFO ESPAÑOL, CONSAGRADO EN PARÍS
Las exhibiciones del gran coreógrafo español Vicente Escudero constituyen siempre en París un verdadero suceso. Las últimas de que tengo noticia se celebraron en la Sala Pleyel —lugar de consagraciones muy distinguidas y seguras—. Pero no se trata ya de descubrir un nuevo artista o dar estado público a una revelación extraordinaria. Hace años que nuestro compatriota tiene alcanzado el triunfo definitivo. Ese nombre, posiblemente desconocido para cierta mayoría del público español, es popular en París. Y el prestigio artístico de Escudero no termina en las fronteras de Francia. Ha visto escrita su fama en todos los idiomas europeos. Berlín, Bruselas, Roma, Leningrado..., admiraron los bailes españoles, interpretados por este gran creador.
En España no ha bailado todavía Vicente Escudero. El camino aun cerrado para el artista es el de su propia patria. Y el hecho parece muy extrajo en el presente caso, por tratarse del cultivador de un género por esencia popular y con una definición de puro españolismo. Apenas queda, sobre nuestra tierra, en los barrios de Valladolid y en los montes gitanos de Granada, la huella imprecisa de sus primeros ensayos coreográficos, cuando el porvenir era una aventura y la lucha por el triunfo iba a comenzar.
Vicente Escudero nació en Valladolid. Quizá el lector se sonría desconfiado. Los que Ignoran su vida le suponen originario de Andalucía, que parece el lugar indicado para venir al mundo un futuro bailarín de bailes españoles. Sin embargo, por esta vez falla la tradición. Escudero tuvo la original ocurrencia de nacer en una ciudad de Castilla, sin duda para dar un mentís, con sus pies ágiles y su espíritu aventurero, a cuantos creen—por amor a la rutina— que el castellano es siempre, por naturaleza, un hombre parado en su tierra, sin el afán de hallar nuevos caminos a su existencia.
Mi admirado amigo el escritor Francisco de Cossío ha escrito cosas muy acertadas acerca de una teoría personal: la universalidad del vallisoletano. Son suyas estas líneas, que vienen aquí como el anillo a su dedo: "Diríase —habla de Valladolid—que todo está preparado aquí para una partida. Cada habitante, sin nada que le limite, sin montañas que traspasar, con el horizonte enfrente, avisándole que la tierra es redonda y que se le puede dar la vuelta... Es admirable en los castellanos la actitud de viajar. La sobriedad de su vida exige un equipaje muy breve; además, apenas hay cosas que llevar."
No se trata de una elegante concepción literaria. Tenemos dos ejemplos sobresalientes del castellano universal. Ambos gozan de fama y forma en medio del mundo. Son: Vicente Escudero y García Benito, el creador de elegancias femeninas, dibujante favorito de los modistos de París y las revistas de Nueva York. El segundo prepara una exposición de sus obras en el Ateneo de Valladolid. Escudero tiene también el decidido propósito de presentar una exhibición en nuestra ciudad.
Vicente Escudero salló de Valladolid solo, sin recomendaciones y sin dinero, despreocupado y libre. No poseía otro medio de trabajo que sus pies, ni más equipaje que su humilde hatillo gitano.
Mas vayamos con orden en esta curiosa historia. Hace más de veinte años vivía en el castizo barrio vallisoletano de San Juan, en la calle llamada de Tudela, un matrimonio de humilde condición, que tenía un hijo llamado Vicente. Era el muchacho, por las apariencias, indisciplinado para el trabajo y la sujeción familiar. Algún tiempo estuvo empleado como modesto marcador en la imprenta Castellana, de Valladolid.
Pero no era aquélla la existencia que Vicente Escudero ambicionaba, ni el camino de su vocación. Muy popular por los barrios, fue desde chico gran amigo de la gitanería vallisoletana. La relación constante con estas gentes hizo más firme y decidida en el muchacho una afición, que le dominaba. Demostraba extraordinaria aptitud y original maestría para el baile gitano. Tan bien aprovechó las rudimentarias lecciones, que se dio pronto a conocer realizando exhibiciones —pequeñamente remuneradas— en lugares de reunión de los barrios y en bailes populares, que conocen y recuerdan los vallisoletanos jóvenes de aquel tiempo. Escudero evoca ahora con emoción y gratitud esos días lejanos de su mocedad. He aquí cómo la innata rebeldía de Escudero era la raíz de una vocación, el germen de un poderoso porvenir artístico. La forma de nacer en el muchacho vallisoletano, humilde, alegre y emprendedor, la energía personal que había de mantenerle decidido en todas las luchas futuras que se avecinaban en su vida aventurera por tierras extrañas.
No duró mucho la sujeción de Escudero a Valladolid, a la familia y al trabajo. Se lanzaba a correr fuera de la ciudad natal. Empezó sus andanzas por España. Se sintió naturalmente atraído por Andalucía, y entre los gitanos de Granada, al amparo del Sacro Monte, perfeccionó y aumentó su formación artística en el baile. Actuó en la barraca de un tal Sanchiz, que recorría las ferias de numerosas ciudades españolas.
Bailando en tan modesto escenario estuvo en las de Valladolid aquellos años, y sus amigos y convecinos le aplaudían, sin poder suponer que al cabo de una veintena de años repetiría Europa entera los aplausos a aquel vallisoletano ligero, optimista y audaz.
Saliendo ya definitivamente de España, Escudero fue a Portugal, donde, con una sencilla exhibición de ensayo, le contrató un empresario perspicaz que no lo conocía ni aun de nombre. Así ha conquistado, palmo a palmo, su actual renombre el coreógrafo español. Con un esfuerzo personal e independiente y un arte que se imponía. Siguieron después, en París, muchos años de inquietud, penalidad y sacrificio. Vicente Escudero trabajaba sin descanso. No era el vulgar bailarín que sólo se preocupa de conseguir éxitos fáciles, buenos contratos y alegres diversiones. Perfeccionaba su arte. Estudiaba y practicaba. Adquiría una fina preparación cultural.
Y llegaba, al fin, la hora feliz y ansiada de su triunfo. París lo aclamó como uno de sus grandes artistas. La última Exposición de Artes Decorativas fue el momento preciso en que Escudero ganó definitivamente la consagración.
De tal manera se ha ido formando en la persona de Vicente Escudero un ejemplar humano de originalísimo contenido. Castellano por nacimiento y gitano por pura adopción, la vida ha hecho después de él un artista cosmopolita.
A los veinte años de ausencia Vicente ha vuelto por vez primera a España, dejando preparada su próxima campaña artística. Presentaciones en Barcelona, Madrid, Sevilla, Granada y Valladolid, un poco retrasadas ahora por un viaje a la India.
Dos lugares han merecido la preferencia de Escudero en esta pasada excursión: Valladolid y Sevilla. Sus dos patrias. En la ciudad de Castilla, para abrazar a su padre y revivir durante unos días recuerdos y amistades de juventud. Unas veces alabando con finura inteligente las obras de nuestro maravilloso Museo de talla policromada, y en otros momentos recreándose con sencilla y emocionada ingenuidad con las memorias de sus primeros años, ante la humilde casa natal, en el patio gitano donde bailó por vez primera, en las calles de barrio que fueron testigos de sus correrías y travesuras de mozuelo.
En Valladolid se había perdido por completo el rastro de Vicente Escudero y no ha sido recobrado de nuevo hasta los momentos recientes de su triunfo, y, principalmente, gracias a los artículos e informaciones de un brillante escritor, Luis de Benito, corresponsal en París de "El Norte de Castilla" y uno de los primeros descubridores en España del sensacional artista.
En su rápido paseo por Andalucía, Escudero se ha preocupado de estudiar el estado actual de la danza española, y sus manifestaciones —poco optimistas y favorables— pueden tener valor por proceder directamente de un artista soberano en el baile español y de un maestro consagrado universalmente. "Recibí una sorpresa —escribe Escudero en una revista de París, a su regreso de España"al ver que en Sevilla, en el corazón de Andalucía, tierra de la danza, el más reputado bailador interpretaba danzas rusas en un "cuadro flamenco". Como tal espectáculo se ofrecía a mi vista por todas partes, me marché de Sevilla pensando que nada tenía que hacer allí. Fue una desilusión grande. Del lado femenino, aparte dos o tres antiguas bailaoras que guardan todo el carácter, las jóvenes parecen bailar sin afición y sin gusto. Me pregunto—añade Escudero— si no existirá un medio de evitar esta decadencia, como se ha hecho, por ejemplo, con el cante jondo." Termina el artista sus impresiones deseando ' a la danza también una revolución original que la salve de la decadencia y de la rutinaria imitación que conduce a su fracaso.
Vicente Escudero ha sabido ser un creador y un restaurador del baile español en su pureza, sin avenirse a claudicaciones y sin dejarse conquistar por el interés. Con una vocación de arte que falta a la mayoría de sus colegas de profesión españoles. La rapidez de su carrera y el favor de los contratos lo ha sacrificado siempre Escudero a su independencia artística y a la autoridad superior de su arte. Y ha realizado un mágico proceso de depuración suprimiendo el argumento, desvaneciendo la forma y el sujeto. "Bailar solamente", dice de su arte con sencilla e insuperable definición.
Precisamente por este concepto de su misión artística Escudero es un enemigo declarado de cuanto suena por el mundo a españolada y flamenquismo plebeyo; y en el Extranjero ha hecho mucho a favor de la dignidad de España combatiendo exhibiciones grotescas, que son, con frecuencia, el descrédito y la burla de nuestros bellos bailes.
He ahí la curiosa historia que me he permitido contar con el amable permiso de mis distinguidos compañeros los cronistas de París. Para los profesionales y amigos del baile español es una admirable lección y un noble ejemplo. De su provecho y su conducta futura depende el que podamos nombrar a Escudero como el último coreógrafo español o considerarle gozosamente como el iniciador de una nueva y brillante restauración.
JOSÉ ANTONIO G. SANTELICES
Valladolid, agosto.

13 de noviembre de 2011

La cubanía de la rumba

He aquí una pequeña muestra de lo que algunos cubanos pensaban de este aspecto. 
Lo único genuinamente cubano que podemos ostentar sigue siendo lo que nos “permitía” el Ministerio de Ultramar: el negrito, la mulata, la hamaca, el tabaco, la guajira, la rumba, el “chévere cantúa” y el pasmo de admiración y acatamiento por todo lo extranjero.
José Antonio Ramos. “Manual del perfecto fumanista”, Cuba Contemporánea, tomo IX, número 2, octubre de 1915.

6 de noviembre de 2011

La rumba cubana

Traemos hoy aquí un interesante suelto titulado "Iniciaciones", que ahonda en la naturaleza de la auténtica rumba cubana. Es de Federico García Sanchiz y se publicó en la revista Flirt el 3 de agosto de 1922. Dice así:
RUMBA CUBANA
Ha debutado en una importante capital de provincia una compañía de opereta, cuyo elenco pertenece casi exclusivamente a la zona tropical. Procede de la Habana. No tardará en presentarse en el madrileño coliseo de Apolo, entonces tendréis ocasión de admirar el fuego de las hembras mexicanas y cubanitas que figuran entre las artistas de esta famosa caravana.
Según leemos en los periódicos, uno de los mayores éxitos alcanzados hasta ahora por la «troupe» Velasco, ha sido la rumba. Atención. No os desilusionéis. De seguro acudió en seguida a vosotros el recuerdo de la Chelito. Y tributasteis un aplauso a la belleza de la «divette», y al mismo tiempo no comprendéis que la rumba pueda producir una borrachera enorme y profunda de los sentidos. Y es que Chelito baila una rumba adulterada, de cromo, como para el público de las tardes...
El típico baile habanero es muy otro. Tiene su remoto origen en un tango de negros africanos, es decir, es una pantomima casi animal, sobre motivos sexuales. El azucarado ambiente de la antigua colonia, y la malicia de ios blancos, prestó a los gestos y las contorsiones primitivos
un carácter terrible de lubricidad. De esa lubricidad sin palabras, que seca la garganta, que enciende los ojos, que une las gentes en depravadas complicidades y secretos del amor corrompido...
Nuestro baile flamenco es la llamarada, trémula, voraz y brillante. La rumba es el humo denso, retorcido con lentitud, y que agobia, de esa llamarada. Imaginaos una mulata de piel de bronce, con la boca de cabra, los ojos dormidos en indolencia carnal, recostados en los párpados, como en una hamaca; negra azulada la cabellera copiosa. Su cuerpo, redondeado y como hecho con pulpa de plátanos. Caricioso el hablar. Viste una bata blanca y lleva al cuello un alegre pañolito de seda. Imaginaos esa mulata, con sus aros de oro en las orejas que tienen la pelusa del melocotón, una tarde de sol, en el patio de una residencia clásica, con las paredes encaladas, y unas ventanas verdes; con una palmera y en un rincón un pajarraco de irisado plumaje; y arriba el azul que se derrite en luminosidad grasienta. Acaso pertenece el patio a una fábrica de tabacos, y huele el aire a las vegas celebérrimas. Silencio. Misterio transparente.
Y allá a lo lejos, se oye el canto de un negro que pasa con su carretón de frutos, la pina, el mamey, el aguacate, los mangos, chirimoyas...
No saben nada de la confluencia dramática de dos miradas, aquellos que se contentan con los guiños de las peripatéticas de «cabaret». Visión de algo supremo y tremendo, la que produce el choque de la mirada de la mulata con la vuestra. Ibais a decir algo, y permanecéis en un mutismo inexplicable. La sonrisa se apaga en vuestros labios. Y entonces, con pudor del impudor, insinuante y fugitiva, la hermosa bestia dorada se yergue y se desmaya, avanza su vientre, luego lo hurta al ataque vuestro, se retuerce, promete la felicidad, suspira, y así eterniza su simulacro, y acaba revelando un espasmo que nada podría contener...
Esa es la rumba, olorosa y cargada de calidad, rito del amor en las tierras de una exuberancia y una fecundidad fenomenales. Tan es así, que yo recuerdo un episodio imborrable y revelador de la comunión entre la gleba y sus cultivadores, hechos de esa gleba. El entierro de un negro ñáñigo por un camino. Escoltaban el ataúd tres o cuatro centenares de negros. Y los que llevaban la caja, y los que le seguían, todos, todos, reposada, solemnemente, entonaban y  bailaban una rumba, que fingía un oleaje. Con tal ceremonia, creían los ñáñigos conmover a la naturaleza, que iba a tragarse a su muerto.

31 de octubre de 2011

La rumba guagancó

Finalizado ese pequeño paréntesis que hemos dedicado a Mario Maya, volvemos a sumergirnos en el mundo de la rumba. Para ello, qué mejor que disfrutar con una versión que hunde sus raíces en su pasado africano. Véanla: