La rumba desembarca en nuestros escenarios cuando está llegando a su fin la primera década del siglo XX. Se canta, se baila y la tocan las orquestas que amenizan todo tipo de bailes. Y causa auténtico furor. Tanto, que consigue lo que parecía imposible: destronar al hasta entonces todopoderoso garrotín. Casi de forma inmediata, como su antecesora, se hace imprescindible en las partituras de las piezas teatrales. Vean con qué precisión refleja esa situación la viñeta que sigue, publicada en El Imparcial de 16 de febrero de 1913: