El garrotín, hermano mellizo de la farruca, era y es un baile pícaro y juguetón. Hijo legítimo del tango y antepasado de la rumba. Su origen es dudoso. Vino al mundo con las primeras luces del siglo XX, y apenas nacido enloqueció a todos.
Debe su nombre al estribillo que acompaña a sus letras:
Al garrotín, al garrotán…
Pero, ¿a qué se refiere ese “garrotín”?, ¿un diminutivo de “garrote”?, Pensamos que sí.
Primero, como es natural, el garrotín fue cosa de artistas. Se cantó y bailó en los cafés de cante y se impresionaron discos. De ahí pasó, casi al mismo tiempo, a los teatros de variedades y a las partituras y escenarios del género chico —no había obra que naciese con la lógica pretensión de alcanzar un número aceptable de representaciones que no incluyese al menos un garrotín—. E inmediatamente a los cosos taurinos.
Enseguida el pueblo, el llano y el no tan llano, se apropió de él. Fue entonces cosa de todos. Signo y símbolo supremo de alegría, regocijo y sexualidad. Los escritores ponderaban su gracia. Las mozas lo canturreaban en cualquier momento y circunstancia. La gente se paraba y formaba corros en las calles para escucharlo. Lo cantaban y bailaban los soldados españoles que luchaban en el Rif (Marruecos). Y, por supuesto, los borrachines lucían con él sus habilidades canoras. Era protagonista de todo tipo de fiestas y festejos, de las populares y de las aristocráticas, de las íntimas y de las multitudinarias, desde las “comisiones” del día de Reyes y las comparsas de carnaval hasta las romerías gitanas de La Camarga y las celebraciones del Año Nuevo.
Se estudiaba en academias y se organizaban concursos. Formó parte de las prácticas gimnásticas de alguna que otra Escuela de Magisterio. Inspiró a músicos, pintores y a diseñadores de moda —el modelo “garrotín” causó furor entre las damas—. Se usó como signo de comunicación. Se piropeó con él. Se utilizó en crucigramas, juegos de letras y pasatiempos. El famoso “¿Qué te quieres apostar?” y el “garrotín, garrotán” se metieron de rondón en el lenguaje coloquial. Se presumía de hacerlo mejor que nadie, una habilidad que daba incluso lugar a acaloradas discusiones rematadas con arma blanca. Nadie le hacía ascos, ni el rey ni los mismísimos seises de la catedral de Sevilla. Se descubrieron y aprovecharon sus propiedades curativas. Y, para que nada faltase en esta ceremonia coreográfica nacional, con él se llegaron a profanar templos.
Se habló del “imperio del garrotín”. Se dijo “Hoy reina y gobierna el garrotín”. Le llamaron “una especie de himno nacional”, a Madrid “villa del oso, el madroño y el garrotín”, al solar patrio “tierra del garrotín” y a las estrellas de variedades, “estrellas del garrotín”. Era un privilegiado “resorte misterioso de popularidad”.
El garrotín no tardó en cruzar los pirineos y causar también furor entre las bailarinas francesas. En Buenos Aires, se bailó en los colmaos que, a imagen y semejanza de los sevillanos, alegraban las noches de nuestros hermanos bonaerenses. Y, adelantándose a los tiempos que ahora corren, los “guiris” que visitaban nuestro país se rompían la crisma ejecutando sus movimientos.
Como todo, tuvo también sus detractores, estrechos “bienpensantes” que no perdían ocasión de reprocharle lo que fuese. Unos le llamaban “garrotín epiléptico y desvergonzado”, “lascivo garrotín”, “irreverente garrotín”, “epilepsias indecentes”. Otros la tomaban con las que alegraban los ojillos y oídos de nuestros abueletes desde las tablas de los teatros, esas estrellas de garrotín de “vida galante y grosera”. Otros con el público que asistía a los “music-halls”. Otros, en fin, lo compararon, usando un lenguaje quasi-académico, con la antigua zarabanda. A fin de cuentas, lo que hacían no era sino constatar su inexpugnable popularidad. Tanta que, en un rasgo de hipocresía, los conservadores de Maura llegaron a crear una “Liga Antipornográfica” para combatirlo.
Pero a todo le llega su final. Empieza por dejar de ser novedad, se va pasando de moda, envejece y termina teniéndole que dejar su lugar a otro. En la segunda década del siglo XX, el garrotín sufrió los embates del tango argentino y de la rumba americana, sus herederos directos en los gustos populares, y perdió algo de su pujanza, pero continuó cantándose y bailándose en las salas de fiesta y después en los tablaos flamencos.
El garrotín, sus figuras y sus coplas habían tomado carta de naturaleza y se conservaron en el lenguaje coloquial y metafórico de las gentes. Hoy forma parte de ese fastuoso abanico de estilos que constituye el baile flamenco.
Todo ha quedado reflejado en la prensa del día. Una rica y variopinta galería de datos y opiniones. Un colosal monumento para el recuerdo. Los recortes de ella extraídos nos cuentan con puntual detalle la historia y la sociología de aquel sin par garrotín. Los iremos desempolvando poco a poco.
(continuará)