La rumba, una de las manifestaciones más representativas de la identidad cubana, es hija de la Yuba, una danza de fertilidad de origen bantú , que llegó a Cuba con los primeros esclavos negros . Abundan en ella, por tanto, los movimientos y gestos que aluden a ritos africanos, con insinuaciones de abierto carácter sexual —“explosión de lujuria bestial” la llamó Manuel Muzquez Blanco (Esfera, junio de 1929)—. Entre sus rasgos más característicos está la persecución que el hombre hace a la mujer, mientras esta coquetea con él, le sonsaca y finalmente se escabulle, se le escapa. Uno de los momentos cumbre de estos devaneos es el «vacunao» —un movimiento de pelvis que simboliza el acto sexual con el que el hombre marca la posesión de la mujer— y los balanceos de caderas, mientras el resto del cuerpo se mantiene prácticamente inmóvil. Se bailó en compás binario y a un ritmo muy vivo y en ella cristalizaron y se fundieron pasos y movimientos que tenían sabor a siglos.
La rumba, propiamente dicha, cobró vida, hacia finales del siglo XVIII, en los ambientes populares de Matanzas y La Habana, en las cuarterías y barracones de los negros que trabajaban el azúcar. Bastaba un recinto de medianas dimensiones y cuatro utensilios que pudieran hacer son para que se armara una buena rumba, una «rumba brava». El motivo era lo de menos. De ahí, cuando la esclavitud fue abolida, salió a la calle y fue protagonista de cualquier festejo popular. De ellos, los más populares eran las «fritas», que solían comenzar a media tarde y continuaban hasta que amanecía. En un suelto de la serie “La vida musical. Paisajes de Cuba” se describe con cierto detalle la composición de las orquestas o «estudiantinas» que las amenizaban. Dice así:
La rumba, propiamente dicha, cobró vida, hacia finales del siglo XVIII, en los ambientes populares de Matanzas y La Habana, en las cuarterías y barracones de los negros que trabajaban el azúcar. Bastaba un recinto de medianas dimensiones y cuatro utensilios que pudieran hacer son para que se armara una buena rumba, una «rumba brava». El motivo era lo de menos. De ahí, cuando la esclavitud fue abolida, salió a la calle y fue protagonista de cualquier festejo popular. De ellos, los más populares eran las «fritas», que solían comenzar a media tarde y continuaban hasta que amanecía. En un suelto de la serie “La vida musical. Paisajes de Cuba” se describe con cierto detalle la composición de las orquestas o «estudiantinas» que las amenizaban. Dice así:
La "Clave de Oriente" se compone de dos "treses", o sean guitarritas de tres cuerdas metálicas, un poco más pequeñas que las habituales (el primer "tres" tocaba una guitarra china); un contrabajo, el tocador de claves, el tocador de maracas y el bongosero. Estos elementos existen en todas las demás "estudiantinas" de las "fritas"; pero generalmente reemplazan al bongosero, o tocador de bongó, por un tamborilero que, como el hombre de la percusión en el "jazz", tiene varios instrumentos ruidosos a su alcance, principalmente el cencerro. En algunas se añade un tocador de güiro; en otras, un tocador de marimba (de la auténtica marimba de lengüetas vibrantes), y casi la generalidad tiene un cornetín de pistón, siempre con sordina, la cual acentúa el instrumentista de un modo especial acercando más o menos su sombrero de paja.
“Paisajes de Cuba: el son en las «fritas»”, El Sol, 30 de julio de 1930.