28 de octubre de 2010

Del Café Chantant a las Varietés

Amanece el siglo XX. Con sus primeras luces se inicia el declive de los cafés cantantes, aquellos tablaos íntimamente ligados a la configuración y desarrollo del cante y baile flamencos. Tenían que enfrentarse a dos enemigos imponentes: el cinematógrafo y las “variedades”. Los derrotan las varietés, otro concepto del espectáculo que también llegaba con nombre francés. Unos cierran sus puertas, otros sobreviven adaptándose a las exigencias de los nuevos tiempos.

Por doquier se abren salones —los Music Halls de la nueva centuria— que ofrecen lo que el público pide: diversión. Por ellos,  desfilan malabaristas, acróbatas, gimnastas, ilusionistas, alambristas, caricaturistas, perros amaestrados, domadores de leones, duetistas cómicos, clowns, ventrílocuos, imitadores de pájaros, murgas, equilibristas, excéntricos musicales, luchadores de greco-romana, prestidigitadores, transformistas, parodistas…

Pero lo que realmente priva son las mujeres guapas y bien entraditas en carnes. Más aún, las que consiguen los aplausos más efusivos son las artistas polifacéticas que lo mismo cantan un couplé que bailan una jota, un tango o una farruca. Son las divettes de esta nueva era, verdaderas show-women del mundo del espectáculo. Así las pintaba J. J. Calomarde en las páginas del Eco Artístico.

LA DIVETTE
Inicia la orquesta una especie de preludio que recuerda todas esas músicas que escuchamos en los circos acompañando cualquier ejercicio acrobático, hace una pequeña pausa, y una repentina y estruendosa salva de aplausos me hace dirigir la vista al escenario. Es el saludo que el público dedica a la artista predilecta. Acaba ésta de aparecer en escena con elegante  desenvoltura, con paso uniforme y airoso, y en sus carmíneos labios muestra una mundana sonrisa con la que corresponde a saludo tan efusivo. Luce joyante vestido, cintas, lazos, mil adornos, pedrería... y dos ojazos morenos que brillan más que cuantas alhajas lleva, engarzados en un rostro de exquisita perfección de líneas. Tócase con descomunal sombrero, en el que en uno de sus lados ondea ampliamente riquísima amazona y que tan sólo por su artística y elegante distinción consigue armonizar con la discreta y bella silueta de su cuerpo.
Comienza la música. Acompaña su ritmo con un ligero vaivén de todo su cuerpo, de una dulce voluptuosidad, y acercándose al público hasta rozar la batería, modula la canción, vocaliza el couplet, muerde las frases y sabe dar tal expresión á las palabras del cantar, pícaro como su arte, que comunica a todos su intención, perversa, refinada y alegre.
Acaso es la única artista que salva el abismo que media entre la representación y el público, pues su vocecilla, su expresión, sus sonrisas, sus mimos, tienen algo de intimidad que hace que todo espectador llegue a dejar de ver escenario y sala y la considere como algo propio y reservado.
Por último, entorna picarescamente los ojos, ladea coquetona la cabeza, pronuncia, subrayada de picante insinuación, la última frase, y desaparece con rapidez, haciendo brotar de nuevo el aplauso, que tiene halagos de ensueño, rumor de besos...
Eco Artístico, 25 de julio de 1910.
Una flamenca las eclipsa a todas: Pastora Imperio. Destacan también La Argentina y La Argentinita.

Pastora Imperio. Óleo de José Villegas. 1905
Aunque con cierta dificultad, el flamenco y los flamencos se abren un hueco en la programación de estos locales, especialmente en los radicados en las principales ciudades andaluzas y, por supuesto, en Madrid. Antonio Chacón actúa esporádicamente en el Salón Madrid y La Macarrona lo hace en el Romea y en el Trianón Palace. Otros flamencos de pura sangre que también hacen sus cantes y lucen sus bailes en ellos son, por citar a algunos,  la Niña de los Peines, el Niño de Medina, Escacena, el Cojo de Málaga, Antonio Ramírez… Amén de otros cuyos nombres no ha recogido la historia del flamenco y que aquí iremos recordando.

El cante flamenco suele formar parte también del repertorio de artistas polifacéticos que lo alternan con lo que se anuncia como “aires regionales” o con cuplés y canciones de la más variada índole. Emilia Benito arranca las mayores ovaciones en esta faceta.

Y, por supuesto, este panorama se completa con decenas y decenas de bailarinas que cantan y de cantadoras que bailan, según las devociones de cada una, además de las que se definen y anuncian específicamente como “bailarinas de flamenco”. A todos ellos les dedicaremos atención en las próximas entradas.