Generalmente, se atribuye a Jacinto Benavente la paternidad del nombre artístico, Imperio, que Pastora Rojas hizo famoso en el mundo de las variedades. Pero hubo otras versiones del origen de este nombre de guerra. Recogemos aquí la que contó el periodista giennense Alfredo Muñiz García en un artículo titulado “Apodos, seudónimos y nombres de guerra”, publicado en la revista Estampa (16 de octubre de 1928). Dice así:
PASTORA ROJAS, LA “IMPERIO”
Era Pastora una chiquilla, tan chiquilla que apenas si contaría siete años, y ya bailaba bien; ya era su baile como un abrazo en el que se fundían todos los matices de su arte castizo y majestuoso.
Su padre, el sastre más famoso de toreros que había en Sevilla y puede que de toda España, no pensó nunca en dedicarla al Teatro. La veía bailar con esa emoción amorosa con que los padres admiran las precocidades de sus hijos; pero, tal vez por haberse casado con la Mejorana, la “bailaora” más guapa y de mayor renombre de aquella época, detestaba el Teatro…
La chiquilla se fue espigando, se fue haciendo mujer y a medida que pasaban los años, su fama como bailarina genial se iba esparciendo por Sevilla con esa pasión extraordinaria que los sevillanos ponen en sus manifestaciones. Y no había boda, ni bautizo, ni simple fiesta, en que la chiquilla de Víctor el sastre, como todos la llamaban, no fuese invitada para causar la admiración de los congregados con la maravilla de sus danzas.
De entre todos los admiradores de Pastorita, el más entusiasta, el más exaltado, era un célebre “bailaor” de aquellos tiempos, con una carga de años a la espalda y una cantidad incalculable de recuerdos que le hablaban constantemente de los días lejanos de sus triunfos por todos los escenarios del mundo.
Invariablemente acudía a todas las fiesta en que actuaba “la niña de Vito”, e invariablemente, al termina ésta de bailar, se aproximaba al padre y con los ojos arrasados en lágrimas, le decía emocionado:
---¡Vito, esta chiquilla vale un imperio!
Algún tiempo después, la bondad patriarcal del Víctor Rojas, el padre de Pastora, se dejó vencer por la presión que Sevilla entera le hacía para que la niña se dedicara al Teatro.
Al tratar del seudónimo, cosa indispensable entonces para toda artista, el viejo “bailaor”, que se hallaba presente, se puso en pie y adoptando un aire de gran suficiencia, exclamó:
---¡Pero, qué “estai” hablando “ustedes”! ¿No me habéis “oío desí” mil “veses" que la niña vale un imperio?...”¡Po, entonse, armas mías!”; “¡tenéis má” que ponerle la Imperio!